Hathi
El jefe de la manada de elefantes. Verdadero "rey" de la
selva.
Hermano Gris
Lobato hermano de Mowgli, el hijo mayor de Raksha
Faona
Loba (madre de Fao).FAO:
Lobo (sucedor de Akela).
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3ª HISTORIA DEL LIBRO DE LAS TIERRAS VIRGENES
DE
CÓMO VINO EL MIEDO
Cuando
secos están arroyo y laguna, todos somos hermanos;
mezclados
nos ven las riberas, ardientes las bocas, polvo en los flancos,
sin
deseos de caza, y por temor igual paralizados.
Junto
a su madre, puede tímido ver
el
cervato al lobo desmedrado;mira el gamo tranquilo los colmillos
que
a su padre mataron. Cuando secos están charco y arroyo,
todos
somos hermanos. hasta que alguna nube la respetada
"tregua
del agua" rompa, y nos mande lluvia y anhelada caza,
nuestro
encanto.
Previstos
están, por la ley de la selva (la más antigua del mundo) la máxima parte de los
acontecimientos
con que su pueblo pudiera enfrentarse, por lo que, hoy por hoy, es un código
casi tan perfecto como el tiempo y la costumbre pudieron llegar a constituirlo.
Si el lector pasó sus ojos por las narraciones transcritas relativas a Mowgli,
recordará sin duda que el muchacho pasó la mayor parte de su vida con la manada
de lobos de Seeonee, y que aprendió la ley con Baloo, el oso pardo. Fue el
propio Baloo quien le explicó, cuando el muchacho daba muestras de impaciencia
por tantas órdenes que recibía constantemente, que la ley era como una
enredadera gigante, ya que alcanza a todas las espaldas sin quedar exenta
ninguna de sentir su peso.
-Una
vez que hayas vivido los años que yo he vivido, hermanito, te darás cuenta de
que la selva
obedece,
a lo menos, a una ley -dijo Baloo-. Esto no te parecerá muy agradable -añadió.
Mowgli
no paró mientes en esta conversación, porque cuando un muchacho pasa la vida
comiendo y durmiendo, no le importan un ardite las demás cosas, sino hasta que
suena la hora de enfrentarse con ellas. Pero hubo un año en que las palabras de
Baloo resultaron certísimas y exactas; entonces Mowgli fue testigo de que toda la Selva estaba bajo el imperio
de la ley.
Esto
empezó cuando escasearon de manera alarmante las lluvias de invierno, y cuando
Ikki, el
puerco
espín, al topar con Mowgli entre unos bambúes, le explicó que se estaban
secando las
patatas
silvestres. Pero, bueno: todo el mundo ya está enterado de lo ridículamente
escrupuloso que es Ikki acerca de escoger su alimento, y de que sólo elige las
cosas mejores y más en sazón. Por tanto, Mowgli se rió y le dijo:
-¿Qué
tiene eso que ver conmigo?
-No
mucho, al presente -respondió Ikki, e hizo sonar sus púas muy tenso y
violento-. Pero ya
veremos
mas tarde. ¿Sigues todavía bañándote en la laguna que hay en la roca, allá en la Peña de las Abejas,
hermanito?
-No.
El agua es tan tonta que se va evaporando, y no quiero romperme la cabeza -dijo
Mowgli, que en aquellos tiempos sentíase tan sabio como cinco juntos de los que
formaban el pueblo de la selva.
-Tú
te lo pierdes. Si te la rompieras un poco, acaso por la rotura te entraría algo
de juicio.
Ikki
echó a correr agachando la cabeza para que Mowgli no le tirara de las cerdas
del hocico; el
muchacho
le contó después a Baloo lo que aquél había dicho.
El
oso, en tono grave, murmuró entre dientes:
-Si
estuviera solo, cambiaría de cazadero, antes que los demás empezaran a
preocuparse. Pero ya sabemos que siempre acaba en lucha cazar en país extraño,
y podría suceder que le causaran daño al hombre cachorro. Esperaremos y veremos
cómo florece el mohwa.
Pero
aquella primavera no floreció el árbol de mohwa al que tanto cariño tenía
Baloo. Por culpa del calor murieron antes de nacer los verdosos, lechosos
capullos, parecidos a la cera; sólo cayeron algunos malolientes pétalos cuando
él sacudió el árbol, puesto en dos patas contra el tronco. Luego, centímetro a
centímetro, fue penetrando el incesante calor en el corazón de la selva, e hizo
que todo se revistiera de color amarillo, primero; después, de color de tierra,
y al fin, de color negro. Los matorrales y las malezas que bordeaban los
barrancos se secó poco a poco hasta convertirse en algo parecido a alambres
rotos, y en enroscadas fibras de materia muerta; gradualmente perdieron elagua
las escondidas lagunas y sólo el barro quedó en ellas, el cual conservó la más
tenue huella en los bordes como si hubiera sido vaciado en un molde de hierro;
las jugosas enredaderas que colgaban de las árboles, cayeron y murieron al pie
de ellos; secáronse los bambúes y produjeron un ruido agudo cuando soplaba el
viento cálido; empezó a morirse el musgo y dejaba peladas las rocas, hasta en
el corazón de la selva, de tal manera que quedaron desnudas y ardientes como
piedras azules que brillaban en los cauces.
Los
pájaros y los monos emigraron desde el comienzo del año hacia el norte, porque
sabían lo quese vendría encima; el ciervo y el jabalí se internaron en los
devastados campos de los aldeanos y murieron ellos también, a las veces, a la
vista de los hombres que estaban demasiado débiles para matarlos. Pero no
emigró Chil, el milano, y tuvo oportunidad de engordar, ya que abundó la
carroña, y cada tarde les llevaba la noticia a las fieras, cuya postración les
impedía ir a la búsqueda de nuevos cazaderos, de que el sol mataba poco a poco
a toda la selva en una extensión de tres días de vuelo, desde ese punto, en
todas direcciones.
Nunca
había sabido Mowgli en verdad lo que era el hambre, pero ahora tuvo que
contentarse con miel vieja, de tres años, que raspaba de colmenas abandonadas
hechas en la roca...; era una miel negra como la endrina espolvoreada con
azúcar seco. Cazó también gusanillos de los que taladran la corteza de los
árboles, y en no pocas ocasiones robó a las avispas las crías que sus
avisperos. Toda la caza que quedaba en la selva no era más que piel y huesos;
Bagheera mataba tres veces en una sola noche y ni así obtenía lo que necesitaba
para calmar su apetito. Pero la peor calamidad era la falta de agua, ya que,
aunque raras veces beba el pueblo de la selva, ha de beber en gran cantidad,
cuando lo hace.
Siguió
adelante el calor y secó toda humedad, y al fin el cauce del río Waingunga fue
el único lugar donde corría aún un hilillo de agua entre las muertas riberas.
Y
cuando Hathi, el elefante salvaje, cuya vida puede alcanzar cien años o más,
vio que en el centro mismo de la corriente asomaba un largo, descarnado y azul
banco de piedra completamente seco, comprendió que lo que tenía ante su vista
era la Peña de la Paz, y entonces, de cuando en
cuando, levantó la trampa y proclamó la Tregua del Agua, como la había proclamado su
padre antes que él, cincuenta años atrás. Le hicieron coro, con ronca voz, el
ciervo, el jabalí y el búfalo; Chil, el milano, voló en todas direcciones
describiendo círculos, chillando y silbando para extender la noticia.
De
acuerdo con la ley de la selva, desde el momento en que ha sido proclamada la Tregua del
Agua,
es castigado con la pena de muerte el que mata en los sitios destinados a
beber. Beber es
antes
que comer: ésta es la razón. Cuando lo único que escasea es la caza, cualquiera
puede irla
pasando
mal que bien en la selva. Pero el agua es el agua, y toda caza queda en
suspenso mientras el pueblo de la selva tenga que ir por necesidad al único
manantial que quede. Durante las estaciones buenas, cuando el agua abundaba,
quienes querían beber en el río Waingunga (o en cualquier otro sitio, que para
el caso es lo mismo) lo hacían a riesgo de su vida, y dicho riesgo contribuía,
en gran parte, al atractivo de las excursiones nocturnas. Moverse con tal
destreza que ni una hoja se moviera al paso; atravesar el vado, con el agua
hasta la rodilla, en sitios en que es baja el agua, cuyo ruido apaga todo rumor;
mirar hacia atrás, por encima del hombro, mientras se bebe, con cada músculo
tenso para dar el primer salto desesperado de loco terror; revolcarse en la
arena de la orilla y regresar luego, húmedo el hocico y bien repleto el
vientre, a la manada que admira al atrevido... todo esto era algo delicioso
para el gamo joven dotado de buenos cuernos, precisamente porque sabían que,
cuando nadie lo pensara, acaso Bagheera o Shere Khan se lanzarían sobre ellos y
les quitarían la vida. Mas ahora había terminado todo aquel juego que podía ser
mortal: acercábase hambriento y triste todo el pueblo de la selva al río cuyo
cauce parecía haberse estrechado; el tigre, el oso, el ciervo, el jabalí, el
búfalo, todos juntos, bebían en sucias aguas y allí permanectan, sin fuerzas
para moverse.
Durante
todo el día el ciervo y el jabalí se habían movido de un lado a otro buscando
algo mejor
que
cortezas secas y hojas muertas. Los búfalos no habían encontrado lodazales en
qué refrescarse
ni
verdes sembrados en donde pudieran saciar su hambre. Las serpientes abandonaron
la selva y
bajaron
al río con la esperanza de encontrar allí alguna rana perdida. Permanecían
quietas,
enroscadas
en alguna piedra húmeda, y ni siquiera se enfrentaban con el jabalí cuando éste
con el
hocico
las sacaba de su lugar. Tiempo hacía que las tortugas de río habían sido
exterminadas por la
habilísima
cazadora Bagheera; los peces del río se habían enterrado ellos mismos
profundamente en
el
seco barro. Sólo la Peña
de la Paz
sobrenadaba del agua poco profunda, como una larga sierpe, y
las
pequeñas y fatigadas ondulaciones de la corriente silbaban al pegar contra sus
calientes costados
y
evaporarse.
Cada
noche se dirigía a ese lugar en busca de fresco y compañía. Apenas hubiera
hecho caso
entonces
del muchacho el más hambriento de todos sus enemigos. Su piel desnuda hacíalo
parecer
aún
más enjuto y miserable que cualquiera de sus compañeros. El sol le había
descolorido el cabello
hasta
hacerlo que pareciera estopa; sobresalían sus costillas como si fuesen los mimbres
de un cesto,
y
los bultos que le crecieron en las rodillas y codos por arrastrarlos por el
suelo al caminar a gatas,
le
daban a sus reducidos miembros el aspecto de manojos de hierba trenzados. Pero
bajo aquella
melena
enredada y entretejida, se veían unos ojos fríos, tranquilos, pues Bagheera -su
consejera en
aquellos
tristes días-, le aconsejó que se moviera calmosamente, que cazara despacio, y
que nunca,
por
ningún motivo, se enojara.
-Estos
tiempos son malos, pero ya pasarán, si no nos morimos antes -dijo la pantera
una noche en
que
el calor era semejante al de un horno-. ¿Te has llenado el estómago,
hombrecito?
-Algo
metí en él, pero no me vale. ¿No crees, Bagheera, que las lluvias se olvidaron
de nosotros y
que
no volverán ya más?
-¡De
ningún modo! Todavía veremos florecer el mohwa y a los cervatos engordar con la
hierba
fresca.
Vamos a la Peña
de la Paz a saber
noticias. Sube a mi lomo, hermanito.
-No
es tiempo ahora de cargar pesos. Todavía puedo tenerme en pie sin que me
ayuden. Pero es
verdad
que ni tú ni yo nos parecemos, por lo gordos, a los bueyes bien cebados.
Se
miró Bagheera los lados, que eran como harapos cubiertos de polvo, y murmuró:
-Maté
anoche un buey que estaba uncido al yugo. Me quedaban tan pocas fuerzas, que
creo que no
me
hubiera atrevido a saltarle encima, si hubiera visto que estaba en libertad.
¡Wou!
Se
rió Mowgli y dijo:
-Sí;
muy buen par de cazadores formamos ahora tú y yo. Yo soy muy audaz para comer
gusanillos.
Ambos
se alejaron por la crujiente maleza, se dirigieron a la orilla del río junto a
la labor de encaje
que
formaban los montones de arena que habían salido de él por todos lados.
-El
agua no puede ya durar mucho -observó Baloo uniéndose a ellos-. Miren acá: al
otro lado se ven
filas
de huellas que se parecen a los caminos que trazan los hombres.
En
el llano que se extendía en la orilla opuesta, la hierba, erguida, se había
muerto y parecía
momificada.
Las holladas pistas del ciervo y del jabalí, todas en dirección al río, rayaban
la
desteñida
llanura con polvorientas ramblas abiertas en la hierba de tres metros de
altura; a pesar de
ser
todavía temprano; cada larga avenida se veía ya llena de los que se daban prisa
en ser los
primeros
en llegar al agua. Percibíanse las toses de los gamos y de los cervatos, a
consecuencia del
polvo,
como si éste fuera rapé.
En
la curva que formaba el agua perezosa alrededor de la Peña de la Paz, río arriba, estaba Hathi,
el
elefante
salvaje, convertido en Guardián de la
Tregua del Agua; acompañábanlo sus hijos,
demacrados,
de color gris, balanceando el cuerpo a la luz de la luna... siempre
balanceándolo. Un
poco
más abajo, mirábase la vanguardia de los ciervos; más abajo aún, los jabalíes y
los búfalos
salvajes;
en la orilla opuesta, donde los árboles llegaban hasta tocar el agua, estaba el
lugar aparte
destinado
a los carnívoros: el tigre, los lobos, la pantera, el oso, y los demás.
-En
verdad que el peso de una sola ley nos gobierna ahora -dijo Bagheera al vadear
la corriente y
mirando
las filas de cuernos que chocaban unos contra otros y los inquietos ojos que se
miraban en
el
lugar donde se empujaban los ciervos y los jabalíes-. ¡Buena suerte a todos los
de mi sangre! -
añadió,
y se tendió cuan larga era, con uno de sus costados fuera del agua. Y luego
dijo entre dientes:
-¡Buena
suerte sería la del que pudiera cazar aquí, a no ser por eso que se llama la
ley!
Estas
últimas palabras no pasaron inadvertidas al oído finísimo de los ciervos, y un
rumor de
azoramiento
corrió a lo largo de sus filas.
-iLa
Tregua! ¡Acuérdate de la Tregua!
-exclamaron.
-¡Que
haya orden! ¡Que haya orden! -dijo con voz gutural Hathi, el elefante-.
Permanece la Tregua,
Bagheera.
No es hora de hablar de caza.
-¡Si
lo sabré yo! -respondió Bagheera, mirando río arriba-. No devoro más que
tortugas.., no soy
sino
una pescadora de ranas. ¡Naayah! ¡Quién se alimentara únicamente de ranas!
-También
nosotros quisiéramos que así lo hicieras; eso nos gustaría mucho -replicó,
balando, un
cervato
nacido aquella misma primavera, y al cual Bagheera no le hacía gracia alguna.
Por muy
decaído
que estuviera el pueblo de la selva, nadie, incluyendo al mismo Hathi, pudo
menos de
reírse
disimuladamente, en tanto que Mowgli, echado de codos sobre el agua caliente,
soltó la
carcajada
y golpeó la espuma con los pies.
-¡Bien
dicho, cornamenta en capullo! -bisbisó Bagheera-. Se te tendrá esto en cuenta
cuando haya
terminadó
la Tregua.
Y
sus ojos se clavaron en el cervato, a través de las sombras, para tener la
seguridad de reconocerlo
en
mejor ocasión.
La
conversación se generalizó poco a poco dondequiera en los sitios destinados a
beber. Oíase al
quisquilloso
jabalí pedir con sordos ronquidos que le cedieran mayor espacio; a los búfalos
gruñendo
entre ellos al andar al sesgo por los bancos de arena; a los ciervos narrando
lastimeros
cuentos
de sus largas y fatigosas caminatas en busca de comida. De cuando en cuando
preguntaban,
en demanda de noticias, a los carnívoros que se encontraban al otro lado del
río. Pero
las
noticias siempre eran malas, y el bramador viento caliente de la selva se movía
por entre las
rocas
y las zumbantes ramas, y esparcía renuevos y polvo por encima del agua.
-También
se mueren los hombres junto a sus arados -dijo un sambhur joven-. Encontré a
tres, entre
la
hora del crepúsculo y la noche. Yacían completamente quietos, y sus bueyes
yacían con ellos, a su
lado.
Así estaremos nosotros, muy quietos y tendidos, dentro de poco.
-El
río ha bajado más desde ayer en la noche -afirmó Baloo-. Hathi, ¿viste nunca
una sequía corno ésta?
-Ya
pasará, ya pasará -respondió Hathi, y lanzó agua al aire para que le cayera
sobre el lomo y los flancos.
-Por
aquí hay alguien que no resistirá mucho tiempo -observó Baloo. Y al decir esto,
miró al muchacho a quien tanto quería.
-¿Quién?
¿Yo? -exclamó indignado Mowgli, sentándose en el agua-. Yo no tengo pelo largo
que me
cubra
mis huesos. Pero. . pero, ¿y si te quitase a ti la piel, Baloo?
Tan
sólo de pensar en esto, tembló Hathi, y Baloo dijo con aire severo:
-Hombrecito,
no está nada bien que le digas eso a un maestro de la ley. Nunca me vio a mí
nadie sin piel.
-No
quise decir nada malo, Baloo, sino tan sólo que tú eres, digámoslo así, como un
coco con
cáscara,
en tanto que yo como un coco sin cáscara. Ahora bien, la cáscara parda que tú
tienes...
Mowgli
se encontraba sentado con las piernas cruzadas, hablando, como de costumbre,
con el dedo
levantado,
cuando Bagheera alargó suavemente una pata y lo tiró de espaldas en el agua.
-Esto
va de mal en peor -dijo la pantera negra mientras el muchacho se levantaba
farfullando
algunas
palabras-. Primero, que hay que quitarle su piel a Baloo, y luego, que es un
coco... Pues
cuidado;
no vaya a hacer él lo que hacen los cocos maduros.
-¿Qué
hacen? -interrogó Mowgli a quien había cogido distraído la advertencia y no la
entendió,
aunque
era uno de los más inteligentes adivinadores de la selva.
-Le
rompen a uno la cabeza -respondió suavemente Bagheera, y le dio otro empujón y
lo zambulló de nuevo.
-No
está bien que bromees a costa de tu maestro -dijo el oso, al mismo tiempo que
Mowgli iba a
parar
bajo el agua.
-¡No
está bien! Pues, ¿qué es lo que quieres? Esa cosa desnuda que siempre anda
corriendo de aquí
para
allá, bromea, como si fuera un mono, con quienes en un tiempo fueron buenos
cazadores, y
nos
tira de los bigotes a los mejores de entre nosotros, por juego.
Quien
así habló, era Shere Khan, el tigre cojo, que descendía hacia el agua. Se quedó
inmóvil
durante
un momento, para regocijarse con la impresión que produjo su vista en los
ciervos al otro
lado
del río. Luego, dejando caer la cuadrada cabeza llena de arrugas, empezó a
beber a
lengüetadas
y rezongó:
-La
selva no es ahora sino un criadero de cachorros desnudos. ¡Mírame, hombrecito!
Miró
Mowgli. . . Mejor dicho, clavó los ojos tan insolentemente cuanto pudo; al cabo
de un instante,
Shere
Khan volvióse con visible malestar.
-¡Hombrecito
por aquí... hombrecito por allá!. .. -rugió sordamente, en tanto que seguía
bebiendo-.
¡Bah!
El cachorro ése no es ni hombre ni cachorro; de lo contrario, hubiera sentido
miedo. ¡Habré de
pedirle
permiso en la estación próxima para que me deje beber! ¡Augr!
-Muy
bien podría ocurrir eso -dijo Bagheera mirándolo fijamente en los ojos-. Muy
bien podría
ocurrir.
,Fu! ¡Shere Khan! ¿Qué abominable cosa es esa que traes acá?
El
tigre cojo hundía la barba y la quijada en el agua, y flotaban aceitosas y
oscuras rayas a partir de
donde
él bebía, y seguían corriente abajo.
-¡Un
hombre! -respondió fríamente Shere Khan-. Hace una hora maté a un hombre.
Y
siguió farfullando y rugiendo entre dientes.
Sobresaltóse
toda la fila de animales, y se movieron presa de agitación, y entre ellos
empezó a
circular
un murmullo que, al fin, se convirtió en un grito:
-¡Un
hombre! ¡Un hombre! ¡Mató un hombre!
Miraron
todos, entonces, a Hathi, el elefante salvaje; pero en aquel momento, él
parecía no
escuchar.
Nunca actúa Hathi hasta que llega la hora de actuar; ésta es una de las causas
de su vida tan larga.
-¡Matar
a un hombre en esta estación!... ¿No tenías otra clase de caza a mano? -dijo
Bagheera,
saliendo
del agua teñido de rojo y sacudiendo cada pata, como un gato, al salir.
-Por
gusto lo hice, no por necesidad de carne.
Se
escuchó de nuevo el murmullo de horror, y ahora sí, el vigilante ojillo blanco
de Hathi miró en
dirección
de Shere Khan.
-¡Por
gusto! -repitió lentamente Shere Khan-. Y ahora vengo a beber y limpiarme.
¿Alguien se
opone
a ello?
El
lomo de Bagheera empezó a curvarse como un bambú cuando sopla fuerte viento.
Pero Hathi
levantó
la trompa y habló con calma.
-¿Mataste
por gusto? -preguntó. Cuando Hathi pregunta algo, lo mejor de todo es
contestarle.
-Así
es. Tengo derecho a hacerlo, porque esta noche es mía. Tú lo sabes, Hathi.
Y
Shere Khan hablaba casi cortésmente.
-Lo
sé, lo sé -concedió Hathi. Y tras un breve silencio, añadió:
-¿Bebiste
ya todo lo que necesitabas?
-Sí,
por esta noche.
-Pues
ahora, vete. El río es para beber, y no para ensuciarlo. Nadie sino el Tigre
Cojo podía hacer
gala
de su derecho en esta estación en que... en que todos padecemos... todos, tanto
los hombres
como
el pueblo de la selva. Pero ahora, limpio o sucio, ¡regresa a tu cubil, Shere
Khan!
Cual
si fuesen trompetas de plata resonaron las últimas palabras, y sin ninguna
necesidad de ello,
los
tres hijos de Hathi se adelantaron como un paso. Se escurrió Shere Khan, y no
se atrevió ni
siquiera
a gruñir; sabía él lo que nadie ignora: que en último término, el amo de la
selva es Hathi.
Mowgli
murmuró al oído de Bagheera:
-¿Qué
derecho es ése que alega Shere Khan? Siempre es cosa vergonzosa matar a un
hombre; así lo
dice
la ley. No obstante, dice Hathi
-Pregúntaselo
a él. Yo no lo sé, hermanito. Pero, a no haber hablado Hathi, y tuviera o no
tuviera
derecho
el Cojo, ya le habría dado yo una lección a ese carnicero. Venir a la Peña de la Paz después
de
matar a un hombre.., y hacer luego gala de ello. . . es una acción digna tan
sólo de un chacal.
Además,
no tuvo empacho en ensuciar el agua.
Después
de esperar un minuto para darse ánimo, porque nadie se atrevía a hablar a Hathi
directamente, Mowgli gritó:
-¿Cuál
es ese derecho que alega Shcre Khan, Hathi?
Hallaron
eco sus palabras en ambas orillas. El pueblo de la selva es curiosísimo, y
acababan de
presenciar
algo que nadie parecía entender, excepto Baloo, que se mostraba muy pensativo.
-Es
una historia antigua -dijo Hathi-. Una historia más vieja que la selva. Estén
quietos, callen todos
en
esta y la otra orilla, y contaré la historia.
Hubo
uno o dos minutos de confusión, ya que los jabalíes y los búfalos se empujaban
los unos a los
otros,
y al cabo, los que dirigían las manadas, gruñeron sucesivamente:
-Estamos
esperando.
Avanzó
Hathi y se metió casi hasta las rodillas en la laguna que se formaba junto a la Peña de la Paz.
Su
aspecto era el que le correspondía, aunque estaba flaco y arrugado y con los
colmillos
amarillentos:
el de amo de la selva, conviene a saber, lo que todos sabían que era.
-Todos
ustedes saben, hijos míos -empezó- que al hombre es a quien temen más que a
todas las cosas.
Se
escuchó un rumor de aprobación.
-Esto
va contigo, hermanito -le dijo Bagheera a Mowgli.
-¿Conmigo?
Yo pertenezco a la manada... Soy un cazador del pueblo libre -respondió
Mowgli-.
¿Qué
hay entre los hombres y yo?
-¿Saben
ustedes por qué le tienen miedo al hombre? -prosiguió Hathi-. He aquí la razón:
En el
principio
de la selva -y nadie sabe cuándo fue esto- todos los hijos de ella andábamos
juntos sin
temor
los unos de los otros. No había sequías en aquellos tiempos; hojas, flores y
frutos crecían en el
mismo
árbol, y nosotros no comíamos sino hojas, flores, hierbas, frutos y
cortezas."
-Alegre
me siento de no haber nacido en aquellos tiempos -dijo Bagheera-. ¿Para qué
sirven las
cortezas
sino para afilar las garras en ellas?
-Tha,
el primer elefante, era e! señor de la selva. Con su trompa sacó a la selva de
las profundas
aguas.
Donde él trazó surcos con sus colmillos, allí corren los ríos; donde pegó con
el pie, brotaron
manantiales
de agua potable; cuando hizo sonar su trompa... asi... cayeron los árboles. Así
hizo la
selva,
Tha; así me contaron a mí lo sucedido.
-Pues
el cuento no perdió nada en tamaño al pasar de boca en boca -bisbisó Bagheera,
y Mowgli,
para
que no lo vieran reír, se tapó la cara con la mano.
-No
había en aquellos tiempos ni trigo, ni melones, ni pimienta, ni cañas de
azúcar; tampoco había
chozas
como las que ustedes han visto; el pueblo de la Selva no sabía nada acerca
del hombre, y
vivía
en común, formando un solo pueblo. Sin embargo, empezaron poco a poco los
altercados por
la
comida, aunque había pastos suficientes para todos. Eran unos holgazanes. Cada
quien quería
comer
allí donde estaba echado, como en ocasiones podemos hacerlo nosotros cuando son
abundantes
las lluvias de la primavera.
Entre
tanto, Tha, el primer elefante, seguía ocupado en crear nuevas selvas y en
encauzar ríos.
Imposible
que pudiera estar en todas partes, por lo cual nombró dueño y juez de la selva
al primer
tigre,
asignándole la obligación de que resolviera todos los altercados que el pueblo
tenía el deber
de
sujetar a su juicio. Corno todos los demás animales, en aquel tiempo el primer
tigre comía fruta y
hierba.
Su tamaño era igual que el mío, y era hermosísimo, todo él del color de las
flores de
enredadera
amarilla. Carecía de rayas en la piel en aquellos tiempos felices en que la
selva era
joven.
Acudía ante su presencia, sin ningún temor, el pueblo todo de la selva, y su
palabra era la ley
para
todos. Recordarán que les dije que no formábamos entonces sino un solo pueblo.
Una
noche, sin embargo, hubo una disputa entre dos gamos (fue una riña por cuestión
de pastos,
una
riña como las que ustedes dirimen ahora con los cuernos y las patas). Cuentan
que, en tanto
hablaban
los dos a la vez ante el primer tigre, que estaba echado entre las flores, uno
de los gamos
lo
empujó sin querer con los cuernos; olvidó en ese momento el primer tigre que
era el dueño y el
juez
de la selva: saltó sobre el gamo y le partió el cuello de una dentellada.
Ninguno
de nosotros había muerto hasta aquella noche. El primer tigre, al darse cuenta
de su
fechoría
y enloquecido por el olor de la sangre, huyó hacia los pantanos del Norte.
Nosotros, en la
selva,
quedamos sin juez, y pronto dimos en luchar los unos contra los otros. Tha, al
escuchar el
ruido,
regresó entonces. Unos le dieron una versión de lo ocurrido, en tanto que otros
le daban otra
versión,
pero él, al ver al gamo muerto entre las flores, preguntó quién lo había
matado; pero
nosotros
los de la selva no quisimos decírselo porque el olor de la sangre también nos
había
enloquecido.
Corríamos de acá para allá, formando círculos, brincando, ululando y sacudiendo
la
cabeza.
Entonces, a los árboles de ramas bajas y a las enredaderas de la selva, les dio
Tha la orden
de
que señalaran al matador del gamo, de manera que él pudiera reconocerlo, y
añadió:
-Ahora,
¿quién quiere ser dueño del pueblo de la selva?
Saltó
rápidamente el mono gris, que habita entre las ramas, y chilló:
-Yo
quiero ser dueño de la selva.
Rióse
Tha al escuchar esa petición, y le contestó:
-Así
sea.
Y
después de eso, se marchó de muy mal humor.
Todos
ustedes conocen, hijos míos, al mono gris. Entonces era lo que es ahora. Al
comienzo guardó
toda
la compostura de un sabio.
Más,
de ahí a poco, empezó a rascarse y a saltar, así que, cuando regresó Tha, lo
halló colgando
cabeza
abajo de una rama, haciendo burla de los que estaban en el suelo, los cuales, a
su vez, hacían
burla
de él. Por tanto, no había ley en la selva... sino tan sólo charla insulsa y
palabras sin sentido.
Tha,
entonces, hizo que nos acercáramos a él todos y dijo:
-El
primero de vuestros dueños trajo a la selva la muerte; el segundo, la
vergüenza. Por tanto, hora
es
ya de que tengan ustedes una ley, una ley que no puedan ustedes quebrantar.
Ahora van a
conocer
el miedo, y, una vez que lo hayan conocido, se darán muy bien cuenta de que él
es el amo
de
ustedes, y todo lo demás marchará por sí solo.
Entonces
nosotros, los de la selva, dijimos:
-¿Qué
significa miedo?
Y
respondió Tha:
-Busquen,
hasta que lo encuentren.
Por
lo cual fuimos de un lado a otro de la selva, buscando al miedo, y de pronto,
los búfalos. .
-¡Uf!
-dijo Mysa desde el banco de arena en que se hallaban los búfalos, pues era él
quien los dirigía.
-Sí,
Mysa, los búfalos. Volvían con la noticia de que en una caverna, en la selva,
estaba sentado el
miedo;
que no tenía pelo en el cuerpo y que caminaba tan sólo con las patas
posteriores. Nosotros,
los
de la selva, seguimos entonces al rebaño hasta llegar a la caverna, ¡y allí
estaba el miedo, de pie
en
la entrada! Corno dijeron los búfalos, tenía la piel desnuda de pelo y caminaba
sólo con las
piernas
de atrás. Gritó al vernos, y su voz nos llenó de espanto, de ese mismo espanto
que nos
inspira
hoy esa voz cuando la oímos, y, atropellándonos los unos a los otros y
haciéndonos daño,
huimos
entonces, porque teníamos miedo. Y me contaron que, a partir de aquella noche,
ya los de
la
selva no nos echamos juntos como solíamos, sino que nos separarnos por
tribus.., el jabalí con el
jabalí,
el ciervo con el ciervo; cuernos con cuernos, cascos con cascos, cada quien con
su semejante, y
así
se acostaron todos en la selva, presa de inquietud.
El
único que no se hallaba con nosotros era el primer tigre; estaba todavía
escondido en los
pantanos
del Norte. Cuando hasta él llegó la historia de lo que habíamos visto en la
caverna, dijo:
-Me
dirigiré hasta donde se encuentra eso y le partiré el cuello.
Durante
toda la noche corrió hasta que llegó a la caverna; pero, recordando la orden
que les había
dado
Tha, los árboles y las enredaderas bajaban sus ramas y tallos al pasar el tigre
y le marcaron la
piel
mientras corría, y le dejaron dibujadas las huellas de sus dedos en el dorso,
lados, frente y
quijadas.
Sobre la piel amarilla, en cualquier lado que lo tocaron, le dejaron una mancha
y una raya.
¡Y
esas rayas son las que hasta el día de hoy llevan sus hijos! Cuando estuvo
frente a la caverna,
tendió
hacia él la mano el miedo, el de la piel desnuda y le llamó "el
rayado", "el cazador nocturno".
El
primer tigre se sintió presa del miedo ante el de la piel desnuda, y, rugiendo,
regresó a los
pantanos.
En
este momento de la narración, Mowgli se rió disimuladamente hundiendo la
barbilla en el agua.
Tha
oyó los rugidos; tan fuertes eran. Y dijo:
-¿Qué
desgracia te sucede?
El
primer tigre levantó el hocico al cielo, recién hecho entonces y tan viejo
ahora, y dijo:
-¡Tha!
¡Te lo ruego! ¡Devuélveme mi antiguo poder! Me avergonzaste ante todos los que
habitan la
selva;
huí de quien tiene la piel desnuda y hasta osó llamarme lo que para mí es un
oprobio.
-¿Y
por qué? -interrogó Tha.
-Porque
estoy manchado con el fango de los pantanos.
-Ve
a nadar, pues, y luego revuélcate sobre la hierba húmeda; quedarás limpio, si eso
es fango –dijo Tha.
El
primer tigre fue, pues a nadar, y luego se revolcó cien y cien veces sobre la
hierba hasta que
sintió
que la selva daba vueltas y vueltas ante su vista. No obstante, ni la más
mínima raya de su
piel
cambió en lo más mínimo. Tha, que lo observaba, se rió.
Entonces
dijo el primer tigre:
-¿Qué
hice para que me sucediera esto?
Y
Tha respondió:
-Mataste
a un gamo, y con ello entró abiertamente la muerte en la selva, y con la muerte
vino el
miedo
hasta tal punto, que los seres de la selva ya se temen los unos a los otros, de
la misma
manera
que tú le temes al de la piel desnuda.
A
lo que contestó el primer tigre:
-Nunca
me tendrán miedo a mí, pues los conocí desde el principio.
Respondió
Tha:
-Ve
a cerciorarte de ello.
El
primer tigre empezó a correr (de un lado a otro dando voces y llamando al
ciervo, al jabalí, al
sambhur,
al puerco espín y a todos los pueblos de la selva; pero todos huyeron de él,
que había sido
juez,
porque le tenían miedo.
Vencido
su orgullo y abatiendo la cabeza contra el suelo, regresó el tigre y desgarraba
la tierra con
sus
uñas, diciendo:
-Recuerda
que hubo un tiempo en que fui dueño de la selva. ¡No te olvides de mí, Tha!
¡Permite que
recuerden
mis hijos que hubo un tiempo en que no supe lo que era vergüenza, ni miedo!
Y
Tha le contestó:
-Esto
es lo que haré por ti, ya que tú y yo juntos vimos nacer la selva. Cada año,
por espacio de una
noche,
tornarán a ser las cosas como eran antes de que muriera el gamo. . y esto sólo
sucederá para
ti
y tus hijos. Durante esa noche que te concedo, si llegaras a tropezar con el de
la piel desnuda
(cuyo
nombre es el hombre), no sentirás miedo de él, sino que él te temerá a ti, como
si fueras tú,
junto
con los tuyos, juez de la selva, y, también junto con los tuyos, dueño de todas
las cosas. Esa
noche,
cuando lo veas atemorizado, ten misericordia de él, porque también tú conoces
el miedo.
Entonces
respondió el primer tigre:
-Me
place.
Pero
montó en cólera cuando, poco después, fue a beber y se vio las rayas negras
sobre costillas e
ijadas
y recordó el nombre que le había dado el de la piel desnuda. Vivió durante un
año en los
pantanos,
deseando que Tha cumpliera su promesa. Al cabo, una noche en que brilló con
clara luz
sobre
la selva el Chacal de la Laguna
(la estrella vespertina), sintió él que aquélla era su noche, que
su
noche había llegado, y se dirigió a la caverna en busca de el de la piel
desnuda. Tal como Tha lo
había
prometido, así sucedieron las cosas, porque aquel cayó ante la fiera y
permaneció tendido en
el
suelo, y el piimer tigre lo atacó, lo hirió y le rompió el espinazo; había
creído que no había sino
uno
de estos seres en toda la selva, y que, dándole muerte, había matado al miedo.
Y un momento
después,
en tanto que olfateaba al muerto, oyó que Tha descendía de los bosques del
Norte y se
escuchó
la voz del primer elefante, que es la voz que oímos también ahora. .
Retumbaba
el trueno por las secas colinas, pero no lo acompañó la lluvia, sino tan sólo
relámpagos
de
calor que temblaban detrás de la cordillera. Y Hathi continuó: es la voz que
oyó, y esa voz decía:
¿es
la misericordia que tú muestras?
Relamióse
el primer tigre y respondió:
-¿Y
qué importa? ¡Maté al miedo!
Replicó
Tha:
-¡Ah,
ciego e insensato! Le quitaste a la muerte las cadenas que apresaban sus pies,
y ahora ella
seguirá
tus huellas hasta que mueras. Tú enseñaste al hombre a matar.
Erguido
junto al cadáver, dijo entonces el primer tigre:
-Está
como estaba el gamo. No existe ya el miedo. Juzgaré de nuevo ahora a los
pueblos de la selva.
Pero
Tha respondió:
-Nunca
más te buscarán los pueblos de la selva; nunca cruzarán tu camino, ni dormirán
cerca de ti,
ni
seguirán tus pasos, ni pasarán junto a tu cueva. Tan sólo el miedo te seguirá y
hará que estés a
merced
suya mediante invisibles golpes. Hará que la tierra se abra bajo tus pies; que
se enrosque la
enredadera
a tu cuello; que los troncos de los árboles crezcan en grupos frente a ti, a
una altura
mayor
de la que tú puedas saltar, y, por último, te quitará tu piel y usará de ella
para envolver a sus
cachorros
cuando tengan frío. No le tuviste misericordia; él tampoco tendrá ninguna
misericordia de ti.
Pero
el primer tigre se sintió lleno de audacia porque su noche aún no había pasado,
y respondió:
-Pera
Tha, lo prometido es deuda. ¿Me privará él de mi noche?
Contesté
Tha:
-Tuya
es la noche que te concedí, como ya dije; pero algo habrás de pagar por ella.
Tú le enseñaste
al
hombre a matar, y él es un discípulo que pronto aprende.
El
primer tigre continuó:
-Aquí
está, bajo mi garra, con el espinazo partido. Haz que la selva sepa que yo maté
al miedo.
Se
rió Tha entonces, y dijo:
-Mataste
a uno de tantos; pero ve y cuéntaselo tú mismo a la selva.. . porque tu noche
ha terminado ya.
Se
hizo entonces de día, y de la caverna salió otro de los de la piel desnuda,
quien, al ver el cadáver
en
el camino y al primer tigre encima, cogió un palo puntiagudo...
-¡Ahora
arrojan cosas cortantes! -interrumpió Ikki deslizándose hacia la orilla y
haciendo ruido con
sus
púas; conviene saber que Ikki es considerado como manjar muy fino por los
gondos (que
llamaban
a Ikki Ho-Iggoo) y algo sabía él del hacha malvada, pequeña, que hacen girar
rápidamente,
al través de un claro del bosque, como si fuese una libélula.
Hathi
prosiguió:
-Era
una estaca puntiaguda, como las que ponen en el fondo de los hoyos que sirven
de trampa, y,
árrojándolo,
hirió en el costado al primer tigre. Cumpliéronse así las cosas tal y como las
había
dicho
Tha, porque el tigre huyó corriendo a la selva rugiendo, hasta que logró
arrancarse la estaca,
y
todos supieron que el de la piel desnuda podía herir a distancia y esto fue
causa de que lo
temieran
más que antes. Resultó así también que el primer tigre enseñó a matar al de la
piel
desnuda
(y no ignoran ustedes todo el daño que esto ha causado a todos nuestros pueblos
desde
entonces),
empleando lazos, trampas y palos que vuelan, y por medio de la mosca de
punzante
aguijón
que sale del humo blanco (se refería Hathi a rifle), y de la Flor Roja, que nos
obliga a correr
hacia
el terreno abierto y despejado. Y sin embargo cada año, durante una noche, el
de la piel
desnuda
teme al tigre, como lo había prometido Tha, y nunca la fiera le dio motivo para
perder ese
miedo.
Allí donde lo encuentra, lo mata, al acordarse de la vergüenza que pasó el
primer tigre.
Pero,
durante todo el resto del año, el miedo se pasea por la Selva, de día y de noche.
-¡Ahi!
¡Au! -dijo el ciervo al pensar en todo lo que esto significa para ellos.
-Y
tan sólo cuando, como ocurre ahora, un gran miedo parece amenazar todas las
cosas, podemos
los
habitantes de la Selva
poner a un lado todos nuestros recelos de poca monta y reunirnos en un
mismo
sitio, como lo estamos haciendo ahora.
-¿Tan
sólo durante una noche teme el hombre al tigre? -preguntó Mowgli.
-Sólo
durante una noche -respondió Hathi.
-Pero
yo... y ustedes.., y toda la selva sabemos que Shere Khan mata hombres dos y
tres veces
durante
el tiempo que dura una misma luna.
-En
efecto. Pero entonces ataca por la espalda y vuelve la cabeza al saltar, porque
siente mucho
miedo.
Si el hombre lo mirara, el tigre huiría. Pero durante su noche se dirige al
pueblo sin intentar
ocultarse;
se pasea entre las hileras de casas; asoma la cabeza por las puertas; entonces,
si los
hombres
caen de cara al suelo, allí y en ese momento los mata él. Una sola muerte durante
aquella noche.
-¡Ah!
-dijo para sí Mowgli, revolcándose en el agua-. Comprendo ahora por qué Shere
Khan me
desafió
a que lo mirara. No obtuvo gran ganancia de ello, pues no pudo resistir mi
mirada, y yo.. .
yo,
en verdad no caí a sus pies. Pero conviene tener en cuenta que yo no soy un
hombre, ya que
pertenezco
al pueblo libre.
-¡Hum!
-exclamó Bagheera desde lo más hondo de su garganta-. ¿Sabe el tigre cuál es su
noche?
-Nunca,
hasta que brilla claramente el Chacal de la Laguna, al elevarse por encima de la niebla
vespertina.
A las veces cae durante la sequía del verano, y a las veces en la época de las
lluvias... esa
noche
del tigre. Pero nunca hubiera ocurrido nada de eso a no ser por el primero, y
ninguno de
nosotros
hubiera conocido el miedo. Lamentóse tristemente el ciervo y los labios de
Bagheera se
movieron
esbozando una sonrisa irónica.
-¿Conocen
los hombres esa historia? -preguntó.
-Nadie
la sabía sino los tigres y nosotros los elefantes. . . los hijos de Tha. Ahora,
todos los que están
por
allí en las lagunas, la saben también. He dicho.
Y
Hathi hundió su trompa en el agua, como significando que no quería hablar más.
-Pero...
pero... pero. .. -dijo Mowgli, volviéndose hacia Baloo:
-¿Por
qué el primer tigre no siguió comiendo
hierba, hojas y árboles? Después de todo, se limitó a
romperle
el cuello al gamo: no lo devoró. ¿Qué lo hizo aficionarse a comer carne
caliente?
-Los
árboles y las enredaderas lo señalaron, hermanito, y lo convirtieron en esa
cosa rayada que hoy
vemos.
No quiso ya comer de sus frutos; mas, desde aquel día, vengó la afrenta en el
ciervo y en los
demás
que comen hierba -respondió Baloo.
-Entonces
tú sabías también el cuento, ¿verdad? ¿Por qué no te lo oí nunca?
-Porque
la selva está llena de cuentos de ese estilo. Si empiezo a contártelos, no
acabaré nunca.
Vamos,
suéltame la oreja, hermanito.